lunes, 18 de febrero de 2008

Un nuevo profeta
1era parte
En esta situación no ha de sorprender que Dios hable nuevamente a la humanidad a través de boca profética, anunciando definitivamente el cambio que está a las puertas. En la manifestación de Cristo “Ésta es Mi Palabra – Alfa y Omega. El evangelio de Jesús. La manifestación de Cristo que los verdaderos cristianos han llegado ha conocer en todo el mundo” (3° edición en español página 677) está escrito:

«Ahora es inminente lo que a través de los profetas fue anunciado por el Eterno a los hombres en todos los tiempos –aunque las advertencias e indicaciones del Eterno, dadas a través de los profetas, fueron desoídas por la mayoría de los hombres-. Este gran cambio de era ha comenzado»


¿Cómo se llegó a esto? Un profeta no cae del cielo, decidiendo un buen día presentarse como portavoz de Dios. Tampoco estudia escritos filosóficos, esotéricos o teológicos, para acumular conocimientos que luego intenta transmitir a otras personas, ni tampoco se dejará inspirar en algo por asistentes humanos, para desarrollar una “idea religiosa” con conocimientos ajenos a él. Todo esto lo incapacitaría desde un principio como instrumento de Dios: tanto la orientación hacia conocimientos humanos como una decisión proveniente de su voluntad personal, de “convertirse en profeta”.

La comunicación directa del alma humana con el destello espiritual que habita en ella, que llega a ser la palabra interna, no puede forzarse, sino que presupone la humilde disposición de un hombre que se ha purificado. Y Cuando la palabra interna ha de convertirse en palabra profética, ha de añadirse a esto un llamamiento divino.

Las “experiencias de llamamiento” de los profetas y místicos son diversas, según su situación de vida y su mentalidad: Isaías tuvo una visión de la imponente majestad de Dios, ante la imagen de un rey sentado sobre un sublime trono, al cual los serafines aclamaban: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la Tierra está llena de Su gloria” (Is. 6, 3). Al profeta Amós se lo llevaron de su rebaño de vacas y experimentó la llamada de Dios como una espantosa intervención. “Si el león ruge, ¿quién no temerá? Si habla Jehová, el Señor, ¿quién no profetizará?” (Am. 3, 8) Jeremías experimenta el llamamiento en sus años jóvenes y se defiende con la objeción de que aún es demasiado joven y no puede hablar en público, pero a la vista de su misión divina su objeción queda desbaratada. Nada diferente les sucede a las personas proféticas en la Edad Media y en la Edad Moderna. Hildegarda de Bingen es avasallada por sus visiones, se niega a expresarlas en palabras y es golpeada por la enfermedad hasta que sigue su misión; y el músico Jacob Lorber estaba justamente a punto de ocupar el puesto de director de orquesta largo tiempo deseado, cuando en el año 1840 escuchó esta orden interna: “Toma tu pluma y escribe”. Él se convirtió para los restantes 24 años de su vida en “siervo escribano de Dios”, como él se veía a sí mismo.
Continúa...

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